24 de marzo de 2008

Raymond Carver

Cariño, envíame por favor el cuaderno que dejé
sobre la mesilla de noche. Si no está sobre la mesilla,
mira debajo de la mesilla. O incluso debajo de la cama. Está
en algún sitio. Si no es un cuaderno, serán solo
unas líneas garabateadas en algunos trozos
de papel. Pero sé que está allí. Tiene que ver
con lo que oímos aquella vez de nuestra amiga doctora, Ruth,
acerca de la mujer mayor, ochenta y tantos años,
"sucia y cubierta de roña" -en palabras de la doctora- tan
abandonada que la ropa se le había adherido
a la piel y tuvieron que despegársela
en la Sala de Emergencias. "Estoy tan
avergonzada. Lo siento", no dejaba de decir. ¡El olor
de la ropa le quemaba los ojos a Ruth! Las uñas de la mujer mayor
se le habían salido y comenzaban a curvarse
hacia los dedos. Luchaba por respirar, la mirada
desviada de terror. Pero fue capaz, incluso así, de entregarle
parte de su historia a Ruth. Había sido una jovencita de
Madison Avenue, pero su padre la desheredó después de
que ella se fuera a París para bailar en el Folies Bergère.
Ruth y parte del personal de la Sala de Emergencias creyeron que estaba
alucinando. Pero les dio el nombre de su hijo con quien no tenía contacto que
era gay y tenía un bar gay en la misma ciudad. Él lo confirmó
todo. Todo lo que dijo la mujer era verdad.
Después le dio un ataque al corazón y murió en los brazos de Ruth.
Pero quiero ver qué más anoté de todo lo que oí.
Quiero ver si es posible recrear cómo fue
hace sesenta años cuando esta joven salió del barco
en Le Havre, bella, preparada, determinada a triunfar
en el escenario del Folies Bergère, capaz
de lanzar patadas por encima de su cabeza y saltar a la vez, de llevar plumas
y medias de malla, de bailar y bailar, sus brazos entrelazados con
los brazos de otras jóvenes en el Folies Bergère, de
levantar las piernas en el Folies Bergère. Quizás está
en aquel cuaderno de tapa azul, el que
me diste cuando llegamos a casa de Brasil. Puedo ver
mis escritos al lado del nombre del caballo ganador en la pista
cerca del hotel: Lord Byron. Pero la mujer, no la suciedad, eso
no importa, ni siquiera que llegase a pesar casi 150 kilos.
A la memoria le trae sin cuidado dónde habita y se burla
del cuerpo. "Comprendí algo sobre la identidad una vez", dijo
Ruth, recordando sus días de prácticas, "todos nosotros jóvenes estudiantes de medicina con un cadáver al alcance de la mano. Allí es
donde lo humano
permanece -en las manos." Y las manos de la mujer. Anoté algo
en el momento, como si pudiera verlas ancladas a sus
caderas estrechas, las mismas manos
que Ruth dejó caer, y ya no pudo olvidar.


He querido que Carver hablara antes, no puedo hacerlo de otra forma con mi escritor favorito. El escritor de los tránsitos en lo cotidiano, tránsitos más o menos virulentos, cambios de la percepción de uno mismo o de la persona con quien compartimos la vida en el presente o el pasado. Carver, con su estilo depurado (por cierto, sugiero investigar en la red la influencia de su descubridor y primer editor -Gordon Lish- en ese estilo), disecciona el alma del hombre contemporáneo y muestra su verdad más dolorosa, profunda, sin patetismo ni falsa complicidad sino con la implicación de quien ha vivido las situaciones que narra.

La poetisa Tess Gallagher, su viuda, marcó un antes y un después en la carrera y en la vida de Carver. Con ella dejó el alcoholismo, empezó a escribir tanta poesía como narrativa breve, y abandonó la estricta tutela de Lish exigiendo que los retoques a su prosa fueran mínimos. Es extremadamente llamativa la relación de Carver y Lish, pues se ha demostrado que buena parte del minimalismo y la desnudez que se atribuyen a Carver es en realidad obra de Lish, quien "peló" los relatos de los dos primeros libros de Carver al extremo de reducir alguno a la mitad y reescribir numerosos finales. Pasa que, en general, a Carver le gustaban esos cambios, y pasa que a mí también, y mucho. Solo algún relato como "A small, good thing" (de hecho, Carver lo hizo republicar más adelante en su forma primitiva) sale perdiendo con la edición de Lish. Tanto en "Cathedral" como en "Elephant", Carver retiene ese minimalismo y desnudez a los que le forzó la implacable mano de Lish, esta vez en libertad. Pero es curioso: prefiero sus dos primeros libros, "Will you please be quiet?" y, sobre todo, "What we talk about when we talk about love".

En fin, me desvié (nada inocentemente) del tema. Tess Gallagher acompañó y estimuló a Carver hasta sus últimos días, cuando un cáncer de pulmón se lo llevó demasiado pronto en 1988. Ella estuvo en Madrid en abril del año pasado, concretamente en la Residencia de Estudiantes. Fue una lectura de poemas suyos entre los cuáles se haya este, carveriano donde los haya, surcado por el amor y el dolor. Disfrutad de él:

Dejo de escribir el poema
para doblar la ropa. No importa quién vive
o quién muere. Todavía soy una mujer.
Siempre tendré mucho que hacer.
Doblo las mangas de su
camisa. Nada puede detener
nuestra ternura. Volveré
al poema. Volveré a ser
una mujer. Pero por ahora
hay una camisa, una camisa gigante
en mis manos, y en algún lugar hay una niña pequeña
de pie junto a su madre
mirando para ver cómo se hace.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha encantado. Transmites esa euforia dolorosa por escribir, la terrible desesperación catártica de encontrar las palabras adecuadas... Y na historia verdadera. Me ha encantado. Saludos