15 de marzo de 2008

Maruja

Me dice mi mejor amiga que no podría haber aterrizado en mejor barrio en Madrid, y cada día que pasa estoy más de acuerdo con ella. Todas estas calles entre Alberto Aguilera y Cea Bermúdez bullen con tiendas de pequeños comerciantes, especializadas, y no hay nada que uno necesite y que no pueda comprar en alguna de ellas. Libros, pulpa de fruta tropical para congelar, o alpargatas...



"Calzados Maruja" es un negocio con más de ciento veinticinco años de antigüedad, aunque no siempre haya estado situado en la calle Fernando el Católico. Lo sé porque, atráido por la belleza de una caja registradora como nunca había visto, entablé conversación con la propietaria. Cariñosa y brusca al mismo tiempo, me dejó fotografiar esta pieza de museo, aunque su perfecto funcionamiento quiera negar esa condición de mero testimonio del pasado. No le pregunté su nombre, aunque intuyo (¿por qué será?) que se llama Maruja, y su tienda es la única en la que pude encontrar el tipo de zapatillas de andar por casa que necesitaba: abiertas por delante y detrás, ni demasiado finas ni demasiado abrigadas, de un color agradable. Y sí, esta tienda de toda la vida las tenía, y a un precio justo pues son fabricadas en España en unas condiciones, a buen seguro, justas.



Será por esa dedicación, esa lucha por salir adelante en esta época de franquicias, que la caja registradora estaba llena de billetes y monedas como me hizo notar Maruja con una sonrisa pícara que no desdibujaba su generosidad, su complicidad conmigo: un chico solo, arrasado por la nostalgia pero con ganas de habitar en plenitud la ciudad que, por segunda vez, le ha acogido en su cálido seno.



Nunca está de más el contacto humano. Al contrario, yo lo echo de menos.

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