Retén mis caballos, retén estos caballos desbocados o acabaré avasallado por mi deseo, por esas fantasías voraces que, cuando las vivo, me dejan así, como si hoy no cumpliera treinta y cinco sino trescientos cincuenta años. Y un día tuve dieciocho, lo prometo, y lloré como otras maricas del mundo con esta canción. Nunca fuimos tan jóvenes, nunca lo seremos ya. Persigamos al dragón, démosle alcance y tendámonos a su lado, el pecho inflándose y desinflándose y la mirada fija en las estrellas, arriba en lo más alto, arriba con los corazones que hacen oscilar la marea.
Puta, esquiva adolescencia que llegas cuando los caballos tiran de mí, cuando los sueños y el dragón y la marea me persiguen y yo corro bosque adentro. Y tal vez sí que quisiera ser Mirna, el contador de estrellas. Destinar mi vida a contar las buenas acciones de la gente, por cada acción buena una nueva estrella. Nada más, sólo contar las estrellas. Sin más deseo, sin más frustración.
Mirar a través de un catalejo la puta, esquiva bondad del mundo.
1 comentario:
Fuimos contadores de estrellas, criadores de tigres desbocados sin saberlo, y la adolescencia nos esquivó, sí, pero para embestirnos por detrás ahora, y penetrarnos en la sangre para siempre, para siempre esta intensidad que nos avasalla, que nos precipita y que nos pierde, pero que nos deja al final llenos de vida, extrañados de ver aquellos adolescentes que envidiamos, hundirse en el gris para siempre, porque nunca supieron que aquello debía ser para siempre...
Publicar un comentario