7 de octubre de 2005

Recuerdos improbables (II)

Tenías un poema escrito en papel de seda malva pegado en la pared. Nunca hablábamos, pero cuando pasaba por tu escritorio siempre me fijaba en él, en ti. Estaba caligrafiado con pluma de tinta color plata. Llegué a memorizarlo, aprovechaba cuando ya te habías marchado a casa y la luz de la tarde bañaba el malva, acaso como bañaría la isla de la que hablaba el poema, para leerlo a placer sentado en tu silla, con las manos sobre tu mesa como tú acostumbrabas a ponerlas, viendo la playa, el acantilado, el mar, con tus ojos. Era el instante que siempre esperaba, no porque prefiriera que te fueras, sino para sentirte mío. Un día, al irte, comenzaste a despegar el poema, te volviste a mí y me dijiste: “Hoy es mi último día”. Yo no respondí, náufrago como me dejabas de ti, de nuestra isla.

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