31 de octubre de 2005

El mar no cesa

Impotente. Mi proa hecha trizas al contacto con otra piel. Navegar en la tempestad es una osadía y yo, que hace un tiempo que no escondo la cabeza, me declaro humano. Confieso que he varado. Me dispongo a recoger velas y acostar en una isla tranquila. Allí me desnudaré (esto el comienzo) y dejaré que el aire me desentumezca.

Hasta que el mar me llame con su arrullo, hasta el próximo naufragio.

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