1 de abril de 2005

Vida en una basura

Una calle cualquiera de Madrid. Viernes, 8 de la mañana, invierno. Camino del trabajo. En una esquina, un cubo de basura rebosado. Sobre la acera yacen papeles aparentemente sin importancia, pisoteados por los transeúntes que antes de mí han pasado por allí. Por qué me detengo, por qué me agacho y tomo en mis manos una postal fechada en 1965, por qué leo... No lo sé, mi natural curiosidad, poco importa. Pronto intuyo que gran parte de esa basura tiene conexión entre sí, que antes de ser basura era parte de una vida. Titubeante, temeroso de lo que otras personas puedan pensar de mí, levanto la tapa y hurgo entre cajas de cartón, prendas desgastadas, objetos sin orden. No llevo cartera, mochila, nada donde ocultar lo que ya considero un botín. Entro en una papelería y compro algo suficientemente grande como para que me den una bolsa y guardar todo hasta salir de mi oficina, hasta que lleguen las 3 y recobre, con más pulsión que de costumbre, mi vida. 

Al llegar a casa desparramo el contenido sobre el sofá, en un gesto que me recuerda –pero yo no lo he vivido- el gesto de quien fuera que vertiera el día anterior todo aquello en un cubo, amparado en la impunidad de la noche. Un nombre y apellidos, un hombre que tuvo una mujer, hermanas que durante la dictadura le escriben desde Francia inofensivas postales de cariño, menús de cenas de un club de socios en hoteles de 3 estrellas, recordatorios de comunión, cuentas para llegar a fin de mes, cuartillas amarillentas de periódico, y fotos, muchas fotos... Sólo falta algo, tan obvio que su ausencia da sentido a todo lo demás: una esquela con ese nombre, esos apellidos que acaso nadie volverá a pronunciar.

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