5 de diciembre de 2014

En el camino

Este ha sido un año muy desequilibrado, más bien negativo. No es mi propósito aquí hacer un balance ni explicar lo que he aprendido. Lo que sí quiero es contar que ya casi llegando al final de este 2014, empiezo a tener en todos los frentes algo de estabilidad y a veces, incluso, alegría.
 
Por un lado, pese al desenlace de nuestro propio "Who's afraid of Virginia Woolf?", estoy encontrando una armonía con Alberto que francamente necesito. Más allá de si ese desenlace será definitivo o no, su luz es vida. No me puedo pensar sin él, es una persona con la rarísima cualidad de hacerse imprescindible a poco interés que uno se tome en conocerle, en descubrir su belleza. Su capacidad de dar amor es algo que yo nunca había conocido, me mata. Su mirada, sus gestos, su forma de hablar son la marca de su verdad, su pasión, su sensibilidad. Limpiar nuestra relación de los malos momentos de este año está suponiendo un esfuerzo sobradamente recompensado.
 
Por otro lado, en lo laboral he encontrado un lugar donde me siento a gusto, donde aprendo y donde tal vez podría quedarme algunos años si no fuera tan inquieto y si, por qué no reconocerlo, pudiera obtener un aumento de sueldo que considero merecido. En todo caso, haber vuelto a la programación ha sido no solo menos traumático de lo que pensaba, sino que me he sorprendido disfrutando de lo que hago, encontrando retos, sin remordimientos por abandonar la comunicación a la que, no obstante, pude dedicarme mientras me fue humanamente posible. Este logro era esencial para poder enfocarme en lo que me gusta hacer sin tener que sufrir cada mes por la mera supervivencia. Tal y como lo veo ahora, la libertad o energía que un trabajo así que puede quitar, te la devuelve a su manera.
 
También, en lo creativo, de la forma más inesperada y cuando más desorientado estaba, apareció otra Ruth, un hada de esas que muy pocas veces te encuentras en el camino. Sentados con sendas litronas (Mahou, por supuesto) en Madrid Río, ideamos un proyecto teatral que hoy, dos meses después, ya cuenta con un texto terminado, tres de los cuatro actores confirmados y la posibilidad de contar con un teatro donde ensayar y estrenar. Mucho sigue estando en el aire, pero parir "El Amor Son los Otros" ha sido un proceso que me ha salvado. Más allá del orgullo que vaya a sentir cuando la vea en escena, en este otoño me ha dado un motivo para no caer, para sacar de mí todo lo que debía salir y verterlo en unos diálogos vehementes, dolorosos y espero que auténticos.
 
Finalmente (last but not least), he reencontrado en la amistad una fuerza vital en todas las acepciones de la palabra. Mis amistades de siempre, en quienes me he apoyado más: Ruth, Igor, David, Teresa... Las nuevas: Ruth, "mi directora", o Juan "Eurocero", finalmente desvirtualizado. E incluso las recuperadas como Donna. En todos ellos he encontrado aire fresco, todos han contribuido y contribuyen a ese equilibrio que ando encontrando poco a poco, día a día. Es una evidencia que necesitamos a los demás, pero deberíamos darles lo mejor de nosotros en nuestras buenas épocas, en vez de darnos cuenta de su importancia cuando estamos mal y tirar de ellos.
 
Dije que no iba a hacer un balance ni hablar de aprendizajes, pero...

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