16 de diciembre de 2014

Crónica de una breve ausencia

Me devuelves las llaves, me tengo que ir.
Una copa mejor para otra ocasión.
Lo siento por la cena, de verdad me gustó.
Es que es tarde y en fin, qué se yo.
 
Que si tengo un par de minutos, quizás.
Aunque no sé qué más me podrías contar.
Mejor vete a la cama, que me siento culpable.
Y no hay nada que me siente peor. 

Una crónica de los días transcurridos desde mi anterior entrada, una crónica sincera, exigiría un nivel de exposición de mi intimidad al que no estoy dispuesto a llegar en esta nueva etapa. Toda intimidad propia se acaba filtrando en la intimidad de los otros, y eso marca el límite. Dicho esto, nada me impide afirmar que he avanzado en el proceso de, no sé cómo llamarlo: ¿encontrar el sentido que quiero dar a mi vida? Algo así, supongo.

He ido al concierto de Owen Pallett, a la fiesta-show del cumpleaños de Alberto, he tenido mi dosis de soledad musical, seriéfila, cinéfila... Un poco de todo. Ayer además tuve día de vacaciones, un lunes casero que da buena cuenta de esa dosis audiovisual con pizza, cerveza y manta. En fin, días que se suman a un periodo que tampoco sé cómo definir del todo, ni cuánto durará, ni a qué dará lugar. Solo sé lo que quiero: salir más fuerte, seguro, sereno.

Hay temas que me rondan por la cabeza, pero sobre todo uno: el papel del sexo en el ecosistema gay que habito. Que sea un tema ahora es fruto de cumplir en breve los cuarenta y de volver a estar solo, no se me escapa. Incluso, ambos motivos tienen una cierta conexión aunque hoy no vaya a extenderme en eso. Respecto al sexo entre gays en Madrid (la realidad de la que mejor puedo hablar), mi certeza es que es su protagonismo en tantas vidas aniquila muchas opciones individuales y colectivas. La naturaleza efímera de esos encuentros sexuales se ajusta de maravilla a las expectativas de quienes se aparean, es innegable, pero al mismo tiempo los esclaviza y limita esas expectativas a un microuniverso de éxtasis y vacío. Lo digo yo, que aunque nunca he sido especialmente promiscuo, sí he tenido mis rachas. Por un lado, lo entiendo: es la vía de salida de un largo tiempo de opresión. Lo absurdo es el extremo al que hemos llegado como comunidad (si se puede decir tanto, que tampoco lo creo), ya sea entre individuos sin o con pareja, pilar social cada vez más volátil pese a que incluso los más enganchados a las apps de contactos se aferren a él. Por otro lado, cómo afrontar los problemas del sexo en mi propia relación fue un reto en el que fallé muy recientemente. Es por eso que el tema se impone en mis reflexiones sobre otros que quizá tengo más claros en este empeño de (re)definir mis auténticas necesidades, mis deseos, las prioridades que van a marcar mi futuro más próximo. Es una aventura muy recomendable, aunque no una para los débiles de espíritu.

Acabo con una canción a la que he llegado tarde, aunque nunca sea tarde para un puñado de cosas en esta vida: aquellas que permanecen sin importar el cómo o el cuándo. Yo querría creer que algunas personas poseen esa rara cualidad. De pequeño, eran los árboles de hoja perenne los que me interesaban. Los de hoja caduca me parecían previsibles en sus sucesivas etapas, poco había que admirar en ellos. Los de hoja perenne, por el contrario, aprendían a sobrevivir con el paso de las estaciones, era justamente su permanencia lo que les daba la posibilidad de cambiar y, al mismo tiempo, ser fieles a su esencia.


Porque lo fácil es mudar de piel. 

No hay comentarios: