28 de febrero de 2009

Metro Chueca

Hace unos siete años salía con frecuencia del metro Chueca al encuentro de un desconocido. Es una de las pocas estaciones con una sola boca. Da a la plaza, el inequívoco centro del microuniverso gay en la capital. Es un lugar perfecto para ese tipo de citas, aunque por aquel entonces me pareciera demasiado evidente quedar ahí y prefiriera otros lugares más heterocéntricos como el oso y el madroño, las puertas de la desaparecida Madrid Rock, o el mismísimo kilómetro cero. Yo vivía por Diego de León, así que solo me separaban cuatro paradas de mi destino. Subía las escalera tratando de intuir apenas se divisaban algunas cabezas, cazadoras y vaqueros, quién era el que me esperaba, quién podría ser mi pareja pues no tenía otra cosa entre ceja y ceja a mis veintiséis, veintisiete años. Y sí, algo de eso acabó habiendo aunque con nadie de quienes quedé en metro Chueca. Pero eso es otra historia, y lo mejor que puedo decir es que me ayudó a desterrar las fantasías, los castillos en el aire, y me convertí en una persona que se enamora por lo que hay, lo que es, y no porque el primer chico al que le atraiga parezca encajar en un molde que dejé de usar porque no sirve absolutamente para nada.

Ayer pasé por esa boca de metro. Era la hora de las citas, de las cabezas que se buscan con la mirada. Ya no hacen falta los señuelos de las cazadoras o los vaqueros de uno u otro color. Quién no tiene una webcam o alguna que otra foto de sí mismo en su ordenador. Pero la emoción, supongo, es idéntica aunque ya no exista la incertidumbre de si el rostro que nos mira será el que desearíamos que fuera. Aparte de la obligatoria nostalgia, sentí asombro de que a mis treinta y cuatro años vuelva a pasar por el mismo sitio y mi destino sea igual de incierto que entonces. Si me hubiera parado, poco habría diferenciado en apariencia al Antonio de hace siete años con el de ayer (como nota humorística y narcisista, diré que apoya mi afirmación el hecho estadísticamente probado de que aparento menos edad). Ayer esa boca de metro se me reveló como un lugar inmutable en estos tiempos donde tan torpe me siento, tan volátil, tan falto de referencias. Significó mucho aquel otoño e invierno en que renací y todo era tan nuevo y me esperaba un camino marcado al fin por los hombres.

Aunque hoy ha perdido aquella importancia, metro Chueca no deja de recordarme de dónde vengo. Ahora me queda saber quién soy y qué haré en la próxima, inminente encrucijada.

No hay comentarios: