9 de enero de 2009

Paseo bajo la nieve

Aún con fiebre, por una excusa cualquiera, esta mañana salí a pasear bajo la nieve. A dos grados bajo cero, se sedimentaba sobre los objetos de la urbe (capós, toldos, paraguas de temerosos) y cuajaba. Aprendí a pisar la nieve en Ohio. Allá se caminaba durante varias semanas sobre una capa de veinte, treinta centímetros de nieve que se renovaba casi a diario. Hoy recordé que sé pisar la nieve sin resbalar, sin miedo a caerme, pero a quién podía contarle que eso lo aprendí en Ohio, hace cerca de diez años, en otra vida.

Se tomaban muchas fotos de la capital, yo mismo lo intenté pero a mi móvil apenas le quedaba batería. Así que me obligué a mirar más, a mirar mejor. En mi paseo, una vez la excusa primera pasó a la lista de tareas realizadas, me encontré recorriendo las calles de Chueca. Entre otras cosas, encargué el último libro de poemas de Leopoldo Alas, ese ser tan hermoso que se dejó la vida en lo más profundo de la vida (gracias, León, por descubrirme a la persona). La nieve ya no cuajaba, el encanto se empezaba a romper, y me dio por caminar hasta lo que era El Canto de la Cabra. Y pasó un pequeño milagro: la verja estaba entreabierta. Llamé a la puerta, primero con timidez y, al cabo de medio minuto, con más aplomo. Me abrió un rostro conocido, una chica que en ocasiones estaba en la taquilla. Tras las palabras de rigor ("Perdona, pero quería saber qué pasaba con el teatro", "Ah, no te preocupes", "Es que vi que estaba abierto y...", etc.) entré a lo que era mi teatro favorito de la capital y estuve hablando unos minutos con ella. De la conversación, me quedo con que al final ha sido el dinero, o la falta del mismo, la causa del cierre definitivo de la sala. De lo que vi, me quedo con la desolación de un vestíbulo con ordenadores y mesas, el espacio donde estaban las butacas atiborrado de cachivaches salidos de no se sabe dónde, y un escenario que ya no lo parece pero que aún conserva la dignidad que confiere el vacío, tal vez donde habita el recuerdo de tantos sueños que no se volverán a hacer realidad en ese teatro y quién sabe si en Madrid. Juan y Elisa seguirán ensayando allí (supongo que harán salir toda esa morralla que entorpece el paso), y seguirán haciendo teatro, aunque hayan renunciado a su sala, una sala que era, de verdad, también de nosotros su público.

Y eso fue un paréntesis, aunque hoy, y en el fondo desde hace un tiempo ya, todo es una sucesión de paréntesis. Y bueno, seguí mi paseo con las paradas de "siempre" (paradas de soledad, rituales que adquieren sentido justemente por repetición) y decidí volver a casa por un camino que hace años no me llevaba a ningún lugar, pues lo descubrí cuando vivia un poco más allá de Atocha, y que ahora me lleva a casa. Y en este instante, algunas horas después de ese paseo, ando escribiendo esto y bajando más y más discos como un poseso. Salambo31 (Mattieu, el muchacho frágil de los vídeos en la barra lateral), en un guiño absolutamente inteligente y sensible, me ha hecho tirar de un hilo -apenas un trozo de letra- y parte de esos discos que ando descargando son de Marissa Nadler. Concretamente, ese trozo de letra en castellano ha resultado ser de un poema de Pablo Neruda y pertenece a esta deliciosa canción...


Cosas así me pasan estos días.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mmm me alegro de verte de vuelta. Que suerte, ver madrid nevado... Aqui en Pekin, frio mucho (-9) pero seco, muy seco, llevamos 2 meses, casi tres, en que no ha caido nada del cielo, excepto polucion.

Feliz año nuevo y gracias por traerme recuerdos.

Anónimo dijo...

Feliz 2009 también, Kailing :-) Hoy estamos a -4º, y aún queda nieve atrapada entre ramas o parcheando zonas de ceéped...