5 de abril de 2006

A Mar

Mi último día en Gijón fue el más lluvioso. Había tenido un sueño agitado, aún en mí el eco disonante de mi visita nocturna al cuarto oscuro del único bar de ambiente de la ciudad. Y es que en los últimos tiempos, mis viajes son especialmente reveladores. Será porque los planeo cada vez menos. Voy a menos lugares pero paso más tiempo en ellos. Me encanta desarrollar pequeñas rutinas, fantasear con que vivo allí. Por eso, para mi último día en Gijón no había pensado nada especial, simplemente volver a recorrer mis rincones preferidos.

La lluvia vino a definir, con más crudeza de lo habitual en mí, un matiz de melancolía a mi despedida de un lugar donde inesperadamente había encontrado potente inspiración creativa y vital. Fui a desayunar a una cafetería de Cimadevilla desde la que se ve el mar donde aquellos días me había sentido en casa. Luego me dejé caer hacia el muelle y contemplé las olas romper con furia contra los diques. Allí, sentado con los pies colgando de la bancada de piedra, mi móvil empezó a vibrar y eras tú. Nos veíamos desde agosto, disfrutábamos juntos, pero no era más que el germen de lo que ahora ha estallado en flor. No te había llamado en aquellos seis días, y tú tampoco, tal vez intuyendo que yo necesitaba una pequeña distancia para percibir mejor aquello que nos estaba ocurriendo. Creo que no te dije entonces, amor, cuánto me alegré de oír tu voz y, sobre todo, cuánto había pensado en ti. Te conté lo del cuarto oscuro, te hablé de las canciones y del poema que había escrito, no cesé de repetirte cuánto me había gustado Gijón (y Oviedo, y el paisaje, y la gente, y el resplandor de cada atardecer marino brillando como un fuego que se extingue sobre las aguas...). Necesitaba, ya en aquel lejano octubre, compartir mi vida contigo aunque yo no quisiera –o no pudiera– ser consciente todavía.

El sábado voy a Santander. También seis días, y también solo. Aunque habría preferido que pudieras venir conmigo, tal vez este momento sea el oportuno para, de nuevo con el Cantábrico al horizonte, hacer balance de todos los recodos que he doblado en los últimos meses. El día a día nos arrastra sin remedio, nos proyecta siempre hacia el futuro y nos impide recrearnos en todo lo que hoy, a cada instante, poseemos. Y eso que en nuestro caso, quiteño, poseemos todo.

Pero sí hay algo que será diferente esta vez. Voy a llamarte más, mucho más. Aquella mañana, bajo la lluvia del norte, descubrí que no tiene sentido reprimir nada contigo.

Al contrario, el amor se alimenta con amor. Amor y más amor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

con la batería a tope, mis ansias domadas por tu voz, mi cuerpo erizándose: te espero, te quiero, te contesto.

Anónimo dijo...

yo quisiera amarte más, mas no se.