5 de mayo de 2005

Nosotros, ellos

Somos menos, pero esa siempre ha sido nuestra ventaja. Les hacemos creer que la vida que llevan es buena, que no es sostenible que puedan disfrutar de más tiempo libre, que el mejor ámbito para la superación personal es el trabajo, que el consumo (de nuestros productos, qué bella simetría) es la forma natural de gastar el sueldo raquítico que tanto les cuesta ganar, que lo justo es que sean siempre ellos los que tienen que esforzarse (hemos ideado múltiples variantes) cuando nuestros beneficios no son los esperados, que es normal aguantar hasta los 65 años (cuando ya no nos sirven porque las enfermedades se acumulan en su historial clínico) para disfrutar de libertad, que el liberalismo salvaje es la única fórmula económica compatible con la democracia... ¿Cómo lo hacemos? Es fácil. Nosotros, que somos pocos y podemos organizarnos mejor, inventamos un mundo cerrado, impermeable, en el que no hay lugar para la disidencia, no hay modelos para la rebelión, donde los políticos son nuestras marionetas porque dependen de nuestro dinero y la burocracia atenaza al individuo imposibilitando el acceso a lo concreto, a los hilos que sólo nosotros movemos. ¿Quienes somos? Los de siempre, los que llenamos nuestras arcas gracias a su esclavitud, su mente de la que hemos borrado toda capacidad crítica, un círculo reducido de personas en cada país por el que ellos, los ilusos, los ignorantes, que son millones, creen que luchan, cuando en realidad es por nuestro bienestar que ellos se dejan lo mejor de su vida en el camino, un camino que para nosotros es de rosas y para ellos de afiladas espinas. Y que nadie se lleve a engaño: no sentimos el más mínimo escrúpulo. Eso es de débiles, de idealistas, de rebeldes... en resumen, de aquellos que nunca han cabido -ni cabrán- en nuestro sistema.

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