13 de mayo de 2005

A ciegas

La chica se abraza al señor ciego. El tren de metro pasa estaciones, y ellos intercambian confidencias, sonrisas, besos... Él viste un traje gris muy usado, zapatillas de color naranja, y una camisa roja desabotonada. Ella apoya su rostro contra el pecho canoso, no lleva maquillaje, ni un peinado bonito, ni unos zapatos elegantes, sólo unos pendientes algo vulgares adornan su dormida belleza. Hablan, ella a veces mira los ojos en blanco de él, y otras simplemente dirige sus palabras a otro vacío. Se bajan, y yo continuo hasta la siguiente parada.
Dos horas más tarde, en otro punto de la ciudad, decido en el último instante ir a un café en lugar de otro, y al doblar una esquina me encuentro pisando los talones a dos personas. Un bastón blanco, una falda negra sobre unas piernas sin depilar.... Ralentizo mi paso para escuchar la conversación de la chica y el señor ciego. Ella cuenta que a un hombre que conoce le detectaron un cáncer y se le cayó el pelo por la quimioterapia. Obsesivamente recalca los efectos del tratamiento, y cómo ese hombre volvió al trabajo pero le seguían preguntando qué tal estaba. Llego a la puerta del café sin saber el final de la historia, ni del camino de la extraña pareja.

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