26 de septiembre de 2007

En la ciudad de Sylvia



Cine, cine, cine... Fascinación, mirada, misterio, presente, recuerdo, ciudad fantasma... Cine.

El cine, y no digamos ya el español, precisa nuevos caminos. José Luis Guerín intenta una forma de narrar que, si bien hace pensar por momentos en referentes como Resnais ("El año pasado en Marienbad") o Hitchcock (ese suspense, esa atmósfera enrarecida, esa jadeante persecución), resulta tremendamente fresca y sugerente. Dije fascinación, dije mirada, dije misterio y presente y recuerdo. Dije ciudad fantasma. Guerín vuelca en la pantalla todo eso y mucho más en una apuesta tremendamente áspera para quien busque diálogos, entretenimiento mecánico, algo más que un ovillo desmadejado escurriéndose entre los dedos. Eso puede ser, por qué no, el cine: hilos e hilos con los que jugar y componer cada cual su propia figura, su propia película.

Inmensa Pilar López de Ayala y menos convincente -aunque, eso sí, igualmente bello- Xavier Lafitte, no son sino los puntales de un retrato apasionado de la mujer, de los muros con pintadas de amor, de los clochards y los vendedores ambulantes y el tranvía de una ciudad, Estrasburgo, que llegamos a habitar al cabo de una hora y media que podría ser el doble, el triple, todo cuanto quisiésemos fluir en ese instante múltiple, sostenido en detalles como un guiño o una sonrisa, que no es sino un stream of conciousness cinematográfico a lo "Mrs. Dalloway".


Será porque amo Estrasgurgo desde que la visité hace ocho años, o tal vez porque también amo los Princesa o estas primeras noches de otoño en Madrid. Será, lo sé, que el sábado volamos a Quito y todo me resulta intenso estos días, pero "En la ciudad de Sylvia" me deja un gran sabor de boca.

Este ha sido por el momento mi último post a este lado del océano. En el próximo, ya desde Ecuador, hablaré de "La voz humana" y todas las satisfacciones que me (nos) está dando. Nos encontramos aquí.

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