6 de octubre de 2007

Con rostro


Se llama Iván, tiene veintisiete años y un hijo cuya foto muestra orgulloso como imagen de fondo de su móvil. Ha trabajado de soldador, manteniendo piscinas y haciendo todo tipo de arreglos para la casa, y ahora lleva cargas en la camioneta que se compró a plazos cuando la vida le iba mejor. Nos ha ayudado a León y a mí a traer todo lo que enviamos por avión desde el aeropuerto de Quito hasta nuestra casa en Tumbaco, y "gracias" a trabas burocráticas varias he tenido la oportunidad de conocerle, y él a mí también. Ha sido un choque de mundos, la consciencia de un privilegio que me sitúa por encima (decirlo de otra forma sería un eufemismo), el entendimiento torpe al principio y más rico en matices conforme pasábamos las horas en el parking, en la cafetería del aeropuerto o en la carretera bajo el sol más ardiente o la lluvia helada. Los dos hemos aprendido, y me atrevo a decir que yo más. Él ahora sabe que no es en Italia sino en Escadinavia donde la noche no es del todo oscura, pero yo sé que hay un transportista llamado Iván que se quedó a las puertas de la universidad por tener que trabajar duro para tener qué comer al día siguiente.

El epílogo, vergonzante para mí y desesperanzado para él, es que no puedo ayudarle como le dije antes de despedirnos. Ese ha sido otro aprendizaje, y es que las cosas en este país están realmente mal para los desfavorecidos, y son legión aunque sus rostros se emborronen hasta parecerse todos cuando se les observa a nuestra velocidad. No, Iván, en ese puesto que sin depender de mí casi te prometí no ganarías los 500 dólares mensuales que aventuré. Ni 400, ni siquiera 300. Con el sueldo que te pagarían no podrías hacer frente a las "cuotitas" de tu carro, esa improvisada herramienta de trabajo, ni tomarte un botellín de agua mientras le enseñas por primera vez a Christopher cómo despegan y aterrizan los aviones en esta ciudad entre las montañas. Ni siquiera ese pequeño sueño, ese gramo de ilusión para quien más quieres nacido de tu sensibilidad amazónica (la misma que me dio confianza para decirte que León era mi pareja), es gratis.

Mañana, si me atrevo, te llamo y te lo cuento.

4 comentarios:

tomatita dijo...

Vaya con la vida, a veces apetece dar un puñetazo en la mesa...
Pero estoy segura de que son esas cosas las que nos cambian por dentro y ya es algo.
La unión de pequeñas conciencias son las que crean grandes movimientos. Quizás nos de por ser mejores.

Un abrazo.

Perraburu dijo...

Demoledor. Poco más podría decir.

fernando mejia dijo...

Antonio Antonio...mi nómada triste
un abrazo

Vilma Rubi dijo...

Las 300.000 o eran más ?? y una historias como me lo diría un buen amigo del ecuador " Ivan" ... una de tantas desde la memoria antigua ... nada similar a la realidad de mundos del este... tu verdad mágica es tu belleza Antonio amar la vida tus letras tus escritos tus propias críticas , tus encuentros nuevos del mundo de la otra españa como lo llamaria un cantautor hace algunos años. Enpatía si ... sensible ser eres .. un abrazo