Sobrecogedora cotidianeidad. Ciertamente los mejores relatos no nacen de sucesos extraordinarios. Quizás es mero descuido, sentirse obligados a hablar por no parecer tímidos o descorteses, pero es en esos encuentros en el ascensor, en la oficina, en una cafetería, cuando lo más profundo se exhala inconscientemente.
- Ya es viernes...
En esta frase repetida hasta la saciedad, martilleante murmullo que acompaña como inofensiva coletilla a los saludos de rigor, intuyo una amargura, una angustia vital reprimida como en un acto reflejo, porque si asomara a la conciencia, si asomara, se abriría un abismo irresistible.
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