Antes fue
deseo sin palabras,
la certeza de una falta
revelada en tristeza,
desgana,
demasiados paseos al atardecer.
Luego,
tras una breve
-pero firme-
ceguera,
te amé.
Ahora
hacemos planes,
nos reímos de nosotros,
nuestra adolescencia postergada,
a las dos de la mañana.
Es que te miro hablar
y... ¿para qué decirlo de otra forma?
Te amo.
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