7 de julio de 2006

Veinte minutos

Les observaba, la aprensión no reprimía mi necesidad de indagar por qué pasaban las horas en ese bar. Era la primera vez que yo estaba allí, pero fue fácil deducir que lo hacían a diario, llegar, pedir una cerveza, tal vez un whisky o un brandy, sentarse, ver la tele, fanfarronear, gritar su ignorancia, su anclaje en el eterno pasado, mirar a las mujeres con descaro, con vulgaridad, mirarme a mí porque me rechazan, porque intuyen que nada vincula su esfera con la mía aunque el capricho de lo imprevisible me haya llevado a esa barra de bar, y si trato de hallar razones veo algunas, las principales, expuestas ante mí: sus ojos creen haber visto todo, su explicación del mundo quedó fosilizada hace muchos años y por eso el tiempo les estorba, hay que pasarlo de alguna forma y es así que las ovejas se juntan, balan sin saber por qué, se frotan las unas contra las otras deseando que llegue la noche, el sueño, la muerte.

Pagué la cuenta y me marché sin mirar atrás. El zumo intacto de quien me había llevado a ese sitio para luego abandonarme a la espera, se calentaba, se cubría de humo y desidia perdiendo sin remedio su sabor exótico.

1 comentario:

Unknown dijo...

Ni siquiera los lobos viven siempre solos. No analices tanto lo que ves.. hace pensar demasiado... Te hace sentir demasiado diferente, y tiendes a olvidar que hay que salir a escena disfrazado, seas quien seas, hagas lo que hagas y duermas con quien duermas. Y a ver si ese hombre que te acompaña va a tener razón con lo de "chico espino".

Piaccere, as usual, el leerte.

V.