19 de septiembre de 2005

Monólogo del día a día (III)

Te pienso. Estoy sentado en un banco de parque. El sol de mediodía se filtra entre los árboles y calienta mi cuerpo en temblor. Ha llegado el otoño. Grupos de personas, en su mayoría chicos trajeados de mi edad, pasan conversando. Casi siempre es el fútbol. Pero no quiero hablar de ellos, ni del frío. Lo que quiero decir es que te pienso. Te pienso y conjugo en pasado, en presente, incluso en futuro aunque me cueste. Verbalizo ideas, recuerdos, esperanzas. Sumo y mezclo, revivo y fantaseo. Tú, tú, tú... Como en las novelas. Me tenía que pasar a mí. Enamorarme, tener que fingir, hacer como si... Te pienso. Y sí, es bello, pero duele, vaya si me duele. Y a ti no puedo culparte, como en las novelas de amor soy el que espera, el enamorado que lo justifica todo. ¿Qué culpa podrías tener, tú que eres el ser perfecto? Claro que sería difícil estar juntos, claro que intuyo lo complicado. ¿Pero en qué novela el que ama no se ciega ante las complejidades? No, yo te pienso y eso es todo. Porque es todo, porque mi mente colapsa en tu pensamiento hasta cerrar el espacio y abolir el tiempo. Tú eres mi big bang. Y al explotar el tiempo corre de nuevo, el espacio se despliega y vuelve el sol otoñal, los muchachos hablando de fútbol, la conciencia del regreso al orden, tal vez las lágrimas. Yo también quiero expandirme a tu lado, quiero volar contigo, mi amor. A ninguna parte. O a todas. Quiero que venga el escritor de la novela y escriba un final feliz.

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