21 de septiembre de 2005

Con permiso de la locura

Son muchas las palabras mudas. Por suerte. De otra forma, si se oyera lo que pensamos, lo que sentimos, el pudor nos devoraría. La mente no descansa, elabora frases segundo a segundo, es una tortura. Sólo una película extraordinaria, el buen sexo o la música logran despejar esa tormenta perpetua. Pero el resto del tiempo pensamos, hablamos, decimos todo lo que diríamos si pudiéramos decirlo. Vivimos palabras, hasta movemos los labios dibujándolas en un pensamiento. A solas, en la calle, en un café... Todos con nuestro discurso, nuestro mundo ajeno a la luz, a los objetos. Ese mundo neuronal donde todo se conecta, todo vuelve a ser mirado de una y mil formas. Los amantes se recuperan, los lugares se imaginan, los deseos se cumplen, la furia estalla y el llanto discurre sin lágrimas... Un mundo del que al menos somos los dioses. Con permiso de la locura, eso sí, porque entonces nos convertimos en personas.

No hay comentarios: