9 de diciembre de 2008

Nos hace falta

Matt solía acostarse pronto. Cada día tenía que levantarse a las seis de la mañana. Trabajaba en una fábrica a 20 kilómetros de la ciudad. Él mismo pensaba que su trabajo no era gran cosa, pero la verdad era que no le desagradaba del todo. Incluso habría confesado que ese trayecto por la desierta carretera local al amanecer le proporcionaba un placer difícilmente explicable. Sin embargo su mujer, Linda, no dejaba de decirle que cambiase de empleo. Llevaban dos años casados, y desde entonces él trabajaba en la fábrica y ella era camarera en una cafetería. Les quedaba muy poco tiempo para verse. Linda solía tener turno de tarde-noche. Raramente coincidía su día de fiesta semanal, de forma que entre unas cosas y otras tan sólo estaban juntos cuando Linda llegaba de la cafetería casi de madrugada. Matt le hacía un hueco en la cama medio dormido, ella se acurrucaba contra él y le hablaba un rato hasta que Matt ya no respondía. A veces hacían el amor.

Aquella noche se había quedado viendo la tele, no tenía nada de sueño. No le importaba mucho lo que ponían, de hecho estaba viendo uno de esos canales de televenta. Simplemente necesitaba un ruido monótono de fondo, un pequeño foco de atención mientras su mente se desviaba de unas cosas a otras sin detenerse en ninguna en concreto. De vez en cuando hacía un viaje hasta el frigorífico para buscar una lata de cerveza y algo para picar, quizás sobras del día anterior o alguna tostada con mantequilla de cacahuete. Desde la cocina se veía a través de la puerta de atrás de la casa una pequeña colina, y a ratos salía al patio trasero y dejaba que el viento azotase su piel mientras escuchaba el murmullo de las hojas de los árboles sobre la colina. Pensaba en Linda, si ya era hora de tener o no un niño con ella, qué iba a hacer con su vida. Le daba pereza buscar otro trabajo, cambiar sus hábitos. “Ojalá no hubiese que tomar decisiones”, pensaba. Y sin embargo le daba la impresión que tenía que hacer algo.

Cuando empezó a sentir un poco de frío volvió de nuevo al dormitorio. Allí, en cambio, casi hacía calor. Se quitó la camiseta y se recostó en la cama apoyando su espalda en la cabecera, y aunque estaba algo cansado se desabotonó el pantalón del pijama y comenzó a masturbarse. La presentadora del programa estaba anunciando una licuadora. No cesaba de meter un tanto histéricamente todo tipo de frutas y hortalizas en el aparato. Pidió un primer plano del zumo extraído para que los espectadores pudiesen contemplar de cerca la ausencia de grumos, pero Matt ya se había deslizado hacia delante cerrando los ojos. Eyaculó sobre las sábanas. Permaneció unos minutos así, tumbado sobre la cama con la mente en blanco. No tenía de ganas de moverse, tan sólo la voz de la presentadora resonaba en su cabeza repitiendo las mismas palabras. Luego miró alrededor, y pensó que tendría que hacer algo antes que Linda llegase. Finalmente, terminó levantándose y se encaminó hacia el cuarto de baño.

Al entrar atisbó su rostro en el espejo. Se detuvo entonces y miró su imagen reflejada. Sin saber muy bien por qué, se quedó un buen rato contemplándose como si de un extraño se tratase. Se veía guapo, un chico atractivo en cualquier caso. Deslizó detenidamente las yemas de sus dedos sobre los contornos de su armónico torso. “No cómo esos tíos demasiado musculosos de los anuncios de aparatos de gimnasia”, pensó. Linda siempre le decía que se había sentido atraída por él nada más verle. Matt sin embargo no recordaba haber pensado lo mismo de ella, ni tampoco lo contrario. Y eso que sus amigos le decían que era una chica guapísima. A él simplemente le había parecido muy simpática, y fue más tarde cuando le había acabado gustando. Se lavó las manos con cierta meticulosidad. Luego se dio una larga ducha. El agua abundante corría sobre su cuerpo, y el sonido llenaba sus oídos disolviendo toda traza de pensamiento. Al acabar se envolvió por completo en una toalla y volvió a mirarse en el espejo mientras secaba con cuidado su piel. Salió desnudo del cuarto de baño provisto de un trozo bien largo de papel higiénico y una esponja. El televisor seguía encendido arrojando un resplandor azulado sobre el dormitorio. Matt se arrodilló y trató de quitar lo mejor que pudo las manchas, pero se dio cuenta que era preferible cambiar las sábanas. Una vez hubo dejado la cama hecha se echó una bata encima y fue a dejar el pijama y las sábanas viejas en el cesto de la ropa sucia. Luego se dirigió a la cocina de nuevo y se sirvió una lata de cerveza. Sentado en una banqueta fumó un cigarrillo mientras se la bebía. Volvió a salir al patio, y contempló el fulgor de la luna que recortaba las copas de los árboles meciéndose en el cielo nocturno. La hierba que cubría la colina también vibraba agitada cada vez más por el viento frío. Matt siguió con su mirada el vuelo de una hoja recién desprendida hasta que se perdió en la lejanía. Sólo las estrellas brillaban estáticas. ¿Había algo equivocado en su vida? A veces creía intuirlo. Trató de preguntarse nuevamente el qué, y así permaneció hasta que oyó a Linda abriendo la puerta principal. Matt encendió otro cigarrillo y empezó a fumarlo con lentitud. Al poco, ella se acercó por detrás y le abrazó la cintura desnuda.

- ¿Qué haces levantado tan tarde, cariño? – le preguntó Linda.

Él no contestó. Su mente se sumergió en el silencio ligeramente perturbado por el lejano ruido de los coches deslizándose a toda velocidad sobre la autopista y el creciente rumor de la fronda. Ella apoyó su cabeza contra la nuca de Matt.

- Estoy tan cansada... ¿Te vienes conmigo a la cama?
- ¿Sabes? He visto en la tele una licuadora que podría venirnos bien... Sólo cuesta 40 dólares, ¿por qué no llamamos?
- ¿Crees que merece la pena?
- Nos hace falta. Creo que voy a llamar por teléfono ahora mismo.

Matt arrojó el cigarrillo a la oscuridad exhalando la última bocanada. Cerró los ojos, se volvió deshaciendo el abrazo y besó a Linda en la frente antes de cruzar el umbral. Atravesó la cocina, y mientras caminaba hacia el dormitorio imaginó todos los zumos exóticos que podrían preparar en casa a partir de ahora.

1 comentario:

Perraburu dijo...

Me ha gustado mucho este relato. Gracias