20 de agosto de 2005

No Tenía Hambre

- ¿A qué hora llegan Sam y Debbie? – pregunta Matt en voz alta desde el cuarto de baño.
- Están al caer, cariño. Si has acabado ya puedo entrar yo – responde Linda mientras se sube la falda y busca una blusa en el armario del dormitorio.
- No, todavía no he terminado.

Matt desliza con cuidado la cuchilla de afeitar sobre sus pómulos. Cada poco la golpea contra el borde del lavabo y luego abre el grifo para limpiarla. Deja para el final el perfilado de las patillas. No hace mucho que las lleva y es importante que queden iguales, piensa. A Linda no le gustan, pero Matt las llevaba antes de que se conocieran y le apetece volver a lucirlas. Cuando acaba, se lava la cara con agua helada y se aplica after-shave sin alcohol. Luego se perfuma el cuello y la nuca con una colonia de la misma marca. Su mirada se posa sobre la cuchilla que aún no ha arrojado a la papelera. La toma, la lleva a su pecho y la hunde en la piel. Luego apoya sus manos sobre el lavabo, acerca su rostro al espejo y contempla un buen rato la herida de la que apenas brota un poco de sangre. Inspira y expira lentamente el aire de sus pulmones. Sus costillas se marcan y difuminan alternativamente bajo la piel al ritmo de su respiración. Tiene un cuerpo bien formado. Un poco delgado, piensa, pero eso le gusta. Abre el pequeño armario donde Linda guarda su maquillaje. Saca una barra de rouge, la abre y se pone un poco. Ensaya una risa. Vuelve a pasarla sobre sus labios cubriéndolos por completo. Se echa el pelo hacia atrás y lanza un beso a su imagen reflejada. Toma de nuevo el pintalabios y lo desliza sobre sus pezones, su estómago, su vientre. Nota una erección bajo el pantalón y se lleva la mano abajo.

- Matt, ¿cómo va todo? – le pregunta Linda desde afuera llamando a la puerta.
- Ya salgo – dice él.
- ¿Puedo pasar? – le oye Matt preguntar de nuevo mientras se limpia rápidamente con un trozo de papel higiénico humedecido y pone todo en su lugar.

Matt sale finalmente ocultando el pequeño corte con su brazo mientras se rasca la axila. Linda le dice algo acerca de Sam y Debbie antes de entrar. Matt pasa a su lado mirándola como si nada. Ya en el dormitorio vuelve a contemplarse en el espejo del armario. La herida sangra de nuevo un poco. Busca un kleenex y presiona con fuerza hasta que ya no sale sangre. Se viste con sus mejores prendas – un pantalón negro de tela, una camisa blanca de cuello suelto y unos zapatos nuevos de piel. Cuando ha terminado oye a Linda que sale del cuarto del baño. Entra al dormitorio completamente arreglada. Es una chica llamativa. Siempre ha sabido cómo ponerse guapa, piensa Matt.

- ¿Ya estás listo?

Justo entonces llaman a la puerta. Linda va a abrir. Matt oye las voces de Sam y Debbie saludando a Linda. Debbie es compañera de Linda en la cafetería. Sam, su marido, trabaja en el aserradero. Es la primera vez que vienen a casa. Linda había insistido las últimas semanas en que tenían que venir a cenar un día de estos. Matt hubiese preferido quedar en otro lugar, o no quedar en absoluto. No les conocía, y por lo que sabía tampoco se moría por hacerlo. Además no tenía hambre, había estado comiendo cacahuetes hacía un rato viendo la televisión mientras Linda preparaba la cena.

- Tú debes ser Matt. Yo soy Sam.
- Encantado, Linda me ha hablado de ti – Matt le tiende la mano, y Sam casi la estruja con la suya. Sam es realmente un grandullón, y Matt no puede evitar un instantáneo rechazo ante esa camisa de leñador medio abierta que deja al descubierto su pecho poblado. La piel de su rostro y su cuello brilla. Está colorado, parece una de esas personas que siempre lo está. Aunque es cierto que hace un calor de los mil demonios allá afuera.
- Matt, esta es Debbie – Linda la toma del brazo. Debbie le sonríe con cierta timidez, Matt se acerca a besarla y ocurre uno de esos embarazosos titubeos en los que no se sabe qué mejilla elegir. Debbie parece azorada, y Matt trata de decir algo divertido. También Sam y Linda hacen algún comentario jocoso.
- Pasad al salón, ¿queréis algo? Matt, ponles alguna cosa para picar. Dadme unos minutos.

Matt les acompaña por el pasillo y, por alguna extraña razón que no podría explicar, se siente como el guía de una excursión con los pacientes de un sanatorio mental.

* * *

- He de decir que el pavo está delicioso – dice Sam.
- Oh sí, Linda. Realmente delicioso – apostilla Debbie.

Matt no se ha resistido a contemplar a Sam durante la cena. Un tipo curioso, Sam. Bastante simple, eso no puede evitar pensarlo. Y sin embargo, de alguna forma entiende que Debbie esté a su lado. Cree intuir que son una de esas parejas que, si bien no puede decirse que sean felices, sí que es verdad que no sabrían muy bien cómo vivir el uno sin el otro. Él tiene una energía desbordante, habla por los codos y enseguida se toma confianzas. Necesita alguien a quien proteger. Por su parte, Debbie debe de pensar que Sam es lo mejor que ha podido encontrar. Ella es todo lo contrario a Sam, una chica bastante apagada, con un temor a hacerse notar casi enfermizo. Aunque seguramente cuando está a solas con él cambia bastante, piensa Matt.

- Debbie, ¿por qué no le pides a Linda la receta? – le pregunta Sam dándole una palmadita en la espalda.
- Oh... ¿No recuerdas que te la di un día? – dice Linda.
- Ah, sí... No sé dónde la metí, quizás la tenga por ahí... – responde Debbie levantando por un momento los ojos del plato.
- A Linda se le da muy bien cocinar. Sí, eso hay que reconocerlo.
- Qué vas a decir tú... ¿Quién quiere más? ¿Sam?
- ¡Desde luego! Y tú, Debbie, no has comido nada. Toma un poco más.
- Yo también quiero más, Linda. Ponme bastante – dice Matt.

Sam agarra el muslo de pavo que Linda le ha servido y se lo lleva a la boca con avidez. Matt le ve comer, y a lo mejor es que ya se ha acostumbrado a su presencia, pero ya no le desagrada tanto. Él también come con ganas mientras contempla a Sam, aunque ya se empieza a notar algo lleno. Observa sus enormes brazos, sus manos con esos gruesos dedos encallecidos. Su pelo negro rizado brilla. Las venas de su frente se le marcan al masticar. Resopla al ingerir la comida, y los músculos de su pecho se tensan y relajan bajo la piel completamente cubierta de vello. Matt experimenta una cierta atracción por esa figura. Casi se siente ridículo habiéndose puesto tan elegante. Se pregunta qué pensará Sam de él. Entonces una imagen le viene a la mente. Sam arrastrando a Linda del brazo. Tirándola a la cama. Arrancándole la ropa mientras él también se quita su camisa. Echándose encima de Linda aplastándola bajo su cuerpo, frotando con violencia su enorme barriga contra el vientre de ella, abriéndose la bragueta y penetrándola mientras Linda se abraza a él y le araña la espalda inmensa, las poderosas piernas.

- Sam, ¿por qué no ayudamos a las mujeres y traemos juntos el postre? – le pregunta Matt sintiendo cómo su corazón palpita aceleradamente.
- Es la tarta de queso con arándanos que está envuelta abajo en el refrigerador, cariño.
- ¡Qué maravilla! Ni más ni menos que mi postre favorito... – dice Sam arqueando las cejas admirativamente con un rostro de estar saboreándola por anticipado.

Sam se pone en pie. Sí, verdaderamente es un tío descomunal. Seguro que siempre come hasta reventar, ¿qué se debe sentir? Sin saber muy bien por qué, Matt piensa que estaría bien probar a engordar un poco. Claro que no tanto como Sam. O a lo mejor sí, qué diablos. A él también le encanta la tarta de queso con arándanos. Va a servirse un buen trozo, el más grande.

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