22 de junio de 2007

Tacto

Me había fijado en ti antes de que comenzara el concierto. Había creído que acabarías tapándome la visión del héroe de la noche, ese genio llamado Rufus Wainwright, pero al final dejaste que tu novia lo contemplara a placer en primera fila mientras la rodeabas por detrás como ella esperaba de ti. Me parecías un modernete, con ese pelo beatliano que tanto afea rostros bellos, pero tú no eras tan bello o eso pensé hasta que nuestros brazos

el mío caído sin gracia y el tuyo descansando sobre su hombro

se rozaron. Tal vez llevaba ocurriendo un buen rato

que nuestros brazos se rozaran, digo, que aquello que era vértigo, un deseo mudo y ensordecedor a un tiempo, eterno como el recuerdo y frágil como un sueño, hubiera despertado sin que yo me diera cuenta

y ese roce, conscientes al fin mis sentidos de tan improbable milagro, lo fue todo mientras duró, y ahora afirmo que fue vértigo y fue deseo, pero ayer, en medio de toda esa gente y la música a todo volumen y las luces y el humo de cigarrillos, era innombrable, y no pude evitar trazar una caricia imaginaria que naciera de él y resbalara hacia tu hombro, la curva de tu pecho, y te imaginé

en el límite de ese instante que ya debía acabar

tumbado junto a mí, sin prendas que cubrieran tu piel, y la caricia era tan real como mi vello erizado al imaginarla, como esa certeza demoledora de que tú no te dabas cuenta, de que todo estaba en mí y moriría en mí

porque así es a veces el vértigo, el deseo

pero qué importaba si tú estabas allí, tumbado junto a mí, recibiendo mi caricia como si el mundo naciera y acabara en ella, el mundo entero

prendido de un roce, un simple roce

la magia del tacto.

2 comentarios:

Perraburu dijo...

Me acabas de transportar hasta la adolescencia, en que me atrevía a volar con un roce.

Anónimo dijo...

Gracias por hacerme esa confidencia, y mira a ver si a tus treinta y tres aún puedes volar...