3 de diciembre de 2006

Escrito en el viento

Te había visto hace dos años, cuando todavía acudías con tus padres a la filmoteca. Ahora creo que querían iniciarte, despertar en ti la pasión por el cine para que siguieras por ti mismo más adelante. Entonces ya llamaste mi atención: la inocencia que rebosaba tu mirada, tus gestos... tu belleza desastrada. Yo dejé de ir, sin motivo. Tú, ahora lo sé, has seguido yendo todo este tiempo. Aprendiendo, gozando, creciendo. Dándote cuenta de lo que yo siempre supe, y es que ayer te vi aproximándote con miedo, pero con secreta delicia, a ese chico. Tú has cambiado poco. Tal vez eres más seguro, más consciente. A él nunca le había visto. Es nuevo, o a lo mejor el virus no es tan voraz en él y tan sólo viene de vez en cuando. Me pareció que nunca habíais hablado antes, que os conocíais sólo de vista, ese tipo de cercanía sin palabras que propicia un sitio como éste. Vuestro intercambio tenia la precaución de los primeros tanteos, los primeros susurros del amor callado. Le preguntaste si no le importada que te sentases a su lado. Y no, no le importó. Aunque aún más tímido que tú, intuyo que su pulso también se aceleró al verte. No dejasteis de hablar hasta que la película comenzó.

Cuando las luces se encendieron de nuevo, me volví hacia vosotros. Os mirábais. Y las mandíbulas se agarrotaban para no decir nada.

Creo que has tenido suerte.

1 comentario:

andrés dijo...

nada como el amor en filmotecas y cines minoritarios. No acabo de entender porqué, quizá sean las copias defectuosas o la ausencia de la grasa de las palomitas, pero el pulso va a más de 24 fotogramas por segundo.