13 de junio de 2005

Dejándose llevar

Laura se despereza en el umbral del dormitorio. Descalza, subiéndose un tirante del camisón, siente cómo la indolencia matinal esponja la realidad y la convierte en algo lejano, inofensivo. David aún duerme, y ella se vuelve para observarle. Está despeinado, la chaqueta arrugada del pijama deja su ombligo al descubierto. Algo se despierta en Laura, sin tampoco saber muy bien el qué.

Ante el espejo del baño, mientras extiende la crema hidratante sobre sus pómulos, recuerda que pronto llegará Jennifer y, como primera actividad mental del día, empieza a repasar algunos detalles de la noche anterior. Miedo le da entrar en la cocina. La cena de inauguración de la casa fue un completo éxito, pero el estropicio provocado casi le escandaliza al contemplarlo. Antes de que la tostadora libere las rebanadas suena el timbre. "Permiso", murmura la asistenta al pasar al lado de Laura. Deslizando lentamente el cuchillo cargado de mermelada sobre las tostadas, la visualiza en el cuarto de servicio descalzándose, quitándose el vestido para ponerse el delantal, recogiendo su cabellera en una coleta.

El chirrido de la cafetera ahoga el golpe de nudillos de Jennifer en la puerta, sus pasos ligeros arrastrando el carrito de limpieza. Laura da mordiscos a una tostada apoyada en la encimera, al tiempo que observa a Jennifer agachada con la cabeza casi dentro del horno, frotando enérgicamente su interior. Menos mal que no es ella quien tiene que limpiar todo aquello, piensa fijando su mirada en las pantorrillas de la asistenta agitándose en el esfuerzo, su piel oscura cubriéndose de sudor. Al acabar su café, deja la taza como puede en la fregadera atestada de vajilla, pero con tanta displicencia que inevitablemente cae y se despedaza contra el suelo de mármol. "¿Señora?...", pregunta al instante Jennifer, y echa a caminar a gatas hacia los fragmentos. Al tratar de ponerse en cuclillas para ayudarla, Laura se desequilibra y tiene que agarrarse a los hombros de Jennifer. Le entra la risa tonta, y la muchacha pronto se contagia de esa alegría doméstica al punto de no alarmarse cuando Laura deja resbalar sus dedos sobre su nuca, la raíz de sus cabellos. Sólo la estampa de David en la puerta corta en seco las risas y los juegos.

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