12 de septiembre de 2008

Heridas


Madrid, hace exactamente siete años, se convirtió en mi primer lugar en el mundo. Un territorio a explorar, a conquistar. Mi territorio. Era optimista, tenía veintiséis años y una inconsciencia completa de demasiadas cosas.


El tiempo por venir me enseñó recovecos apenas intuidos, quiebres del amor y el sexo, personas que por una noche o una vida dejaron su huella en mi camino. La ciudad madre, la ciudad que te da libertad y te la quita, la ciudad amante.


Encontré paraísos, sí, la mayoría solitarios: salas de cine semivacías, plazas arrasadas por el viento, cafés de los que algunos quedan y otros no... Es bueno reconocer la soledad, vivirla, no huir de nuestra eterna compañera.


A veces, Madrid me ha parecido un andén infinito donde resuena el rumor de un tren que nunca llega, o a lo peor sí llega pero no es el que espero. Da igual, siempre me precipito en él a ver qué pasa. A ver si el azar me libra de la fatalidad. Otro engaño, y sin embargo tan intenso.


Lo que quiero decir es que Madrid me duele, sus calles son heridas abiertas, los recuerdos se derrumban sobre mi cabeza a cada esquina que doblo. Será por eso que a veces huyo, persigo una nueva intuición. Y sí, claro que vuelvo. Siempre se vuelve a nuestro lugar en el mundo. Con amor y dolor, cada vez con más amor y dolor.

1 comentario:

arrebatos dijo...

Lo leí en su día y ahora que he vuelto a hacerlo sigue pareciéndome un texto magnífico. Palabras que transmiten el dolor de esas heridas a flor de piel. Uno de esos textos que me hacen pensar "joder, me gustaría haberlo escrito yo".