Años de amor en un cajón. Una carrera universitaria, cursos de idiomas y certificados de aptitud contenidos en una sola carpeta. Jerseys vapuleados, DVDs sin abrir, relojes parados... Con mi memoria desparramada en torno a mí, me siento en el suelo y contemplo el paisaje de mi vida. Me da pudor redescubrir los significados de esos objetos. Pudor o más bien temor camuflado de pereza. Al fin y al cabo, hasta esta mudanza todo yacía sepultado sin que casi nunca me haya animado a desenterrar nada durante mis cuatro años en el apartamento que hoy dejo definitivamente. Pero sé que no es pereza. Observo esta montaña material del pasado y la percibo como un volcán en inactividad. Sé que apenas tome en mis manos ese peluche, volverá a conmoverme el brillo en los ojos del chico que me lo regaló; o si reabro esa carta con sobre violeta, esta habitación será la de casa de mis padres y yaceré tumbado leyéndola y releyéndola con la voracidad del primer amor...
Hoy trazo un nuevo punto de inflexión en mi vida.
Aunque ya poseo objetos tuyos, quiteño, ahora que vamos a vivir juntos coleccionaré muchos más.
Nuestra tierra tiembla. La erupción es hermosa, violenta. Parece imparable. Lo parece.
Sigamos siendo, cada instante, los guardianes del volcán.
Te amo.
Mucha, muchísima suerte...
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