Incluso ahora, le miro. Le amo.
Ayer, semidesnudos sobre la colcha, yo acariciaba tus muslos y tú los míos. Fui a besarte en la rodilla y tuve esa idea extraña, tan ajena a lo que siempre he pensado y defendido. Aún así te la conté, puse en palabras la certeza de que un hijo nuestro tendría unas piernas preciosas, únicas; seguí hablando, necesitaba hacerlo, y de las piernas fue inmediato saltar al resto del cuerpo, imaginando qué partes serían tuyas o más bien mías, y fue cuando llegamos al rostro que nuestros ojos se encontraron de frente, y en esa mirada fundimos nuestros propios rostros y se perfilaron los rasgos de ese niño. Sé, me consta, que vimos la misma cara. También sé que en ese instante sentimos la posibilidad de esa belleza en nuestras vidas.
Es que la belleza también es una idea, compartida aún más. Este viaje... lleno de paisajes compartidos, momentos quietos que tus ojos me descubren.
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